A QUIEN NO TIENE PALABRA.

Seguramente todos hemos oído alguna vez en la vida eso de: «Es una persona de palabra». A partir de aquí vamos sacando nuestras propias conclusiones sobre esta frase. En el transporte -como no podía ser menos- también sucede. Empresarios, compañeros, personas en definitiva, que prometen y se comprometen de palabra a cuestiones que cumplen o no. Resaltar a quienes los cumplen es un honor que merecen. Formalidad y seriedad ante todo. Mas que nada cuando están en juego cuestiones económicas de las que dependen terceras personas y de los acuerdos firmados y sellados e incluso, con un  simple apretón de manos.

Lo lamentable y triste se produce en las personas que no la cumplen, que nos engañan vilmente dándonos largas, poniendo escusas que les van haciendo menos creíbles a medida que van pasando los días. Acuerdos firmados incluso en papel. Engaños y fraudes de charlatanes de feria mala. «No te preocupes que en dos horas tienes el dinero». Esas horas, que son 120 minutos se convierten en días incluso. Cuando nosotros por nuestra parte cumplimos fielmente con nuestro trabajo. Estamos, incluso, horas antes en el puesto de trabajo. Dejamos incluso de comer, de ir al baño. Comiéndonos la moral por llegar a destino a la hora pactada. Aunque después nos toque esperar -pero eso es otra historia- mientras pensamos que nos han tomado el pelo, que han abusado de nuestra buena voluntad de personas nobles.

Personalmente siempre he creído que aquellas personas que son incapaces de cumplir la palabra dada, o el acuerdo firmado, pierden automáticamente su calificación como tal. Tal vez porque sea de una tierra en la que los acuerdos se cierran con un apretón de manos y eso va al fin del mundo. Rápidamente se corre la voz y la mala fama de quienes no cumplen lo pactado. Pero esto también se da en el resto del mundo. Empresarios -hablo como asalariado- que prometen a sabiendas de que no podrán cumplir. Alargando con promesas inútiles, intentando ganar tiempo. No solo al trabajador, también a quienes tienen a su alrededor en el día a día de su empresa. Cantamañas que graban mentalmente la noche anterior todas las mentiras nuevas, que contaran. Llovidas sobre mentiras anteriores.

Luego cuando ven en las redes sociales que el nombre de su empresa comienza a estar en entre dicho, se alarman, no dudan en amenazar con demandas y querellas judiciales -algo que parece estar de moda- por eso de utilizar La Justicia a sabiendas de que perderán procesos, pero de momento ahí queda esa amenaza a la que el trabajador teme. El despido incluido, aprovechándose vilmente, una vez mas, de esta maldita crisis que siempre tienen que recaer sobre los mismos. Los humildes trabajadores, las personas de buena voluntad y fe. Los que a diario nos fiamos de eso tan manido ya de: » Me lo ha dicho mi jefe, o mi compañero». Aun, incluso, temiendo en nuestro fuero interno que nos enfrentamos a una nueva mentira, pero con la esperanza siempre latente de que en esta ocasión se convierta en realidad.

En definitiva -que me lió- lo que quiero resumir es que la persona que no es capaz de cumplir su palabra comprometida no se puede calificar a si misma de persona. Pierde automáticamente todo el prestigio como tal a la segunda vez que la incumple. Deja de ser fiable, no es mas que un vendedor de humo que va de engaño en engaño. Timando vilmente, tanto moral como económicamente, a quienes no son como ellos. Por lo tanto que nadie se extrañe si después tampoco cumplen, ni de lejos, los compromisos escritos y firmados. Quien no es persona de palabra, tampoco lo sera por escrito ni con pólizas varias incluidas, ni registros notariales. Como siempre ¡¡¡BUENA RUTA!!!.

 

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