José Buenaventura Durruti Dumange, «Durruti» Una vida de lucha. (I)

Hoy, 19 de noviembre de 1.936, hace ya cinco días que he llegado a la ciudad de Madrid con mis fieles hombres. He de confesar que no eran muchos, apenas unos tres mil quinientos. Pero es justo decir que son bravos y valientes en el frente de lucha, y que valen como si fueran diez mil soldados.

He venido a luchar en este frente porque la camarada Federica Montseny me lo pidió insistentemente, hasta conseguir convencerme. Ya que este frente de Madrid estaba pasando por serias dificultades frente a los ataques del ejército rebelde que se alzó contra la legal República. Hacían falta hombre que le plantaran cara a los fascistas. Así que aquí estoy, luchando con mi columna que lleva el nombre de mi apellido, en las cercanías de la ciudad en la zona universitaria.

Este jueves de noviembre me he levantado despues de dormir poco más de cuatro horas. No se porqué desde que me desperté me corre por el cuerpo una extraña sensación, no es miedo, ni mucho menos, es, no sé como contarlo, como si tuviera el presentimiento cierto de que no sobreviviré a la batalla de hoy. No creo que tenga edad como para morir, mis cuarenta años considero que son muy pocos para abandonar este mundo. No puedo morir sin haber luchado hasta el último momento en el que vea nuestra victoria sobre el ejército rebelde. Pero ese presentimiento de la muerte cercana no deja de rondarme en la cabeza.

Yo, Jose Buenaventura Durruti Dumange, nací en Leon, como el segundo de mis ocho hermanos, el 14 de julio de 1.896 en León. Mis padres eran Santiago Durruti, un trabajador ferroviario, y Anastasia Dumange. En una tierra llena de hombres de honor, duros como su clima invernal, pero que hacen valer su fama de constantes, por mucho que equivocadamente se les llame, no sin cierto desprecio e ignorancia, «cazurros», un apodo que en realidad significa algo muy diferente al que los leoneses deducimos de este calificativo, ya que interpretamos que un «cazurro» es una persona obstinada que se empeña en ser constante hasta conseguir lo que se propone.

Mi padre era un ferroviario, un hombre trabajador y honesto, consecuente siempre con sus ideales socialistas. Muy activo en las luchas obreras a lo largo de su vida, preocupado siempre por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, explotados siempre por patrones sin escrúpulos que trataban y tratan a los que tienen a sus órdenes como si, en realidad, fueran sus esclavos.

Pero para desgracia, de mi padre y sus compañeros de lucha, no eran muchos los que tenían sus mismas ideas. La mayoría se conformaba con malvivir con un sueldo miserable y con los mendrugos de pan duro que se llevaban a la boca la mayoría de los días. Casi siempre acompañado de un plato de agua sucia y maloliente al que llaman con falsa ilusión sopa. Por lo tanto era muy difícil para ellos defender sus ideas, cuando lo hacían se enfrentaban a perder varios días de sus sueldos o, en los casos más graves, a la perdida del empleo. Aquellos eran años mucho más difíciles que estos de ahora, y cuidado, que estos también lo son, y mucho.

Continuará….