Carta a mi padre

Querido padre: Hoy hace 32 años que te fuiste, más allá de las estrellas. Como siempre, en esta injusta vida, se van primero los mejores, esos que no tendrían que morir nunca. El pasado día 12 de mayo habrías cumplido 95 años, como Machín, que los cumplió el pasado día 9, por ahí anda, con su cacha, de camino al bar cada día, aunque solo sea para comprobar el número que salieron en los «ciegos». En fin, ya sabes, porque lo ves desde allá arriba, la vida que llevamos.

Muchos pensarán ahora que, a santo de qué viene esta carta después de tantos años. Me dá exactamente igual, es más, «me la suda», como suele decirse. Este es mi blog, mi sillón de psiquiatra particular y escribo en él lo que me dá la gana. Solo tú entenderás muy bien el porqué de esta carta.

Lo sabes desde que hicimos aquel pacto a solas, cuando yo tenía 16 años y me pillaste fumando mientras cortaba leña para la calefacción. Yo fumando y a tí te habían quitado el tabaco porque te dio el primer infarto, el tabaco fuera, pero las ganas de fumar, no. Recuerdo perfectamente, como si hubiera sucedido esta misma mañana, tus palabras: «El tabaco es cosa de hombres, si eres un hombre para fumar también lo eres para trabajar, eso que ya lo haces, pero también para tener una conversación de hombre a hombre».

Nos sentamos en un tronco, no recuerdo si fumamos dos o tres cigarrillos, recuerdo la marca «Sombra», siempre tabaco negro, como tú. ¡¡¡Maldito tabaco!!!. La principal clausula de aquel pacto era que absolutamente todo lo que habláramos a solas quedaría siempre entre tú y yo. Me diste permiso para utilizar los secretos que compartimos en el futuro cuando yo lo creyera conveniente. Así fué y así seguirá siendo hasta que me reúna contigo allá arriba y volvamos a jugar un «mano a mano» al dominó, -mi juego favorito-, y consiga ahorcarte el seis doble.

¡¡Cuantas partidas echamos mano a mano cuando viajabas conmigo después de comer!!. Cuando me ganabas y me hacías pagar el café, como es la norma, reías diciendo: «Cuando hayas pagado mil cafés aprenderás un poco a jugar al dominó». Lo reías a mandíbula batiente, pero me dabas siempre la revancha. Incluso sospecho que más de una vez te dejabas ganar para que no decayera mi moral.

Tú, que cuando yo tenía apenas 15 años y fuiste un día a Valencia de Don Juan en aquel Reanult 6 blanco matricula LE-0933-A, te pedí que me compraras una máquina de escribir. Me miraste a los ojos y soltaste: ¡Pa qué querrás tu una maquina de escribir!. Al minuto me mandaste subir al asiento. Llegamos a la tienda, la única que vendía maquinas de escribir, junto con herramientas para la labranza. La ferretería de Sáez de Miera.

Recuerdo la cara del dueño, esperando que le pidieras una picona, un mango para la pala, vertederas para el arado o cualquier otra cosa, pero tu dijiste: «Dale al chaval la máquina de escribir más grande que tengas». Aluciné al ver aquella Olivetti Litera 46 que aun conservo. Luego dijiste: «Pero el chico no sabe escribir a máquina, algun libro habrá que le enseñe». El dependiente sacó un método para escribir a máquina con las pastas azules, que aun conservo. Es más, un día escribiendo en la cocina, al ver que miraba las teclas, fuiste por un rollo de cinta aislante y pacientemente me hiciste tapar las letras. Así aprendí a escribir sin mirar al teclado.

Lo mismo que aquella otra vez, que en el mismo coche, marchabas a Valladolid a la azucarera ACOR en Olmedo. Te pedí una guitarra. La misma mirada, la respuesta: ¡Lo que te faltaba a tí una guitarra!. Riendo marchaste, pero volviste con una guitarra española, que también conservo. Ahí te fallé, nunca aprendí a tocarla, más allá de cuatro acordes, tampoco me preocupé demasiado por hacerlo, pero ya se sabe, nunca es tarde.

Hoy, Sonia y yo, hemos ido al cementerio a llevarte las primeras rosas de este año de nuestro jardín. Porque nos hubiera gustado que estuvieras en nuestra boda el pasado 27 de abril. Pero sabemos que contamos con tu bendición. También con la de su abuelo Hipólito. Pero como sabemos que estáis los dos allá arriba enfrascados en una partida de domino, con los tíos Genin y Julio, aún discutiendo por que alguno se dejó ahorcar el pito doble. Pues nada, aquí seguimos los dos trabajando, más enamorados cada día, pero también más felices cada segundo juntos. Seguros de que veláis por nosotros. Nos dependimos hasta la próxima carta.

Foto. Archivo Diario de un camionero leonés

 

 

 

 

Carta de un camionero a la recepcionista de un almacén de distribución

@Camioneroleones.- Estimada y desconocida -por el nombre-, recepcionista de noche de un gran almacén de distribución, perteneciente a una multinacional española, con colores corporativos verde esperanza y naranja: Espero que al recibo de la presente, por ser de día, haya tenido “usted” una noche agitada en la que no pudiera parar de trabajar, ni para tomarse el descanso del bocadillo.

Esto, dicho sin ironía, es porque creo que es lo que realmente se merece, sobre todo a tenor de su comportamiento prepotente, maleducado, propio de alguien con una educación nula e inexistente. Al menos esa es la impresión que me ha dado las dos veces que he tenido la desgracia de acudir al centro distribuidor en el que usted emplea sus noches, para descargar sus frustraciones, no sólo conmigo, también con más camioneros, y me consta lo que digo.

Imagino que su jefe supremo, el señor Juan José Roig Alfonso, cuando allá por el año 1977, desde el negocio de carne que regentaban sus padres y el de ultramarinos, decidió crecer y crear la marca que le ha convertido en líder de la distribución y venta en España, nunca, ni en lo más remoto de su mente pudo pensar que alguno de sus futuros empleados, hiciera uso de esa soberbia y prepotencia de cara al público.

Ni mucho menos, que tratara a una parte tan importante y fundamental de su negocio, como son los conductores y camioneros que distribuyen por todo el país y Portugal sus productos, como si fueran sus esclavos. Eso, “estimada desconocida”, es lo que usted hace cada noche, cuando se esconde perpetrada en la garita de entrada de la gran superficie en ese páramo que hace unos años tan solo producía cardos, malas hierbas y poco más.

No sé, porque lo desconozco, si sus padres gastaron algún dinero en su educación y estudios, pero sí lo hicieron, deberían reclamar el dinero gastado con usted. Sencillamente porque educación y comportamientos cívicos por su parte: Nulos. Formación: La justa y necesaria. No se que proceso de selección pasó. Pero demuestra con su comportamiento diario que quien se lo hizo pocos tests empleo.

Lo digo porque podría usted comportarse como una persona normal. Primero: Respondiendo al saludo de ¡Buenas noches!. Segundo, guardándose esa sonrisa de “dueña del corral”, cuando se pasa por el arco del triunfo la hora programada y escrita en la hoja de ruta del proveedor para la descarga, para imponer la suya propia, de acuerdo con la “amistad o simpatía” que pueda tener con quien conduce el camión. Me consta, repito que es así, que no solo lo ha hecho con este camionero que la escribe, sino también con muchos otros compañeros de ruta.

Eso, “señora”, permita que le diga que huele muy mal, a compadreo. Pero además dá una malisima imagen de la empresa para la que trabaja. Sencillamente porque este “Camionero en ruta”, tiene la suerte o la desgracia, de conocer todos los centros de distribución de su empresa a lo largo de la piel de toro, llamada también España. Puedo decir muy alto que, fuera a parte de tener que cargar o descargar en ellos, que no es el caso, a la llegada a la “garita”, recepción o caseta de control, -llámelo como quiera-, en todos, siempre me he encontrado a personas educadas y amables desde el primer día.

Le puedo asegurar y demostrar, que son muchos años de continuas visitas a esos centros. Pero mire por donde, tan sólo en el que usted trabaja y cuando se encuentra ocupando el puesto de trabajo por el que el señor Juan José Roig Alfonso, le paga religiosamente, me he encontrado, curiosamente, malos modos, mala educación, prepotencia y comportamientos propios detrás de su sonrisa de satisfacción cuando sabe que va a hacer daño, sin dignarse tan siquiera, repito una vez más, en responder al saludo de llegada y limitándose a sentenciar: “Esto es para mañana a las diez, me da igual la hora que digas, déjame tu teléfono y ya te llamaremos, aparca y no se te ocurra preguntar en los muelles”.

Sencillamente lamentable, propio de alguien que se cree la dueña y señora del negocio. Dando una malísima imagen de empresa. Porque de cara a todos aquellos camioneros a los que usted maltrata con su comportamiento, de sus familias y amigos, la imagen de esa cadena de alimentación nacional que aspira a expandirse también al resto de la Península Ibérica, es “usted”.

Como esas familias también comen, dejarán de entrar en sus tiendas, lo comentarán con sus amistades y la bola seguirá creciendo. Algo que seguramente a Don Juan José Roig Alfonso, no le hará mucha gracia. Por lo tanto, nada más, “estimada”, a pesar de todo, lamentable recepcionista siga así, que va “usted” por el camino equivocado. ¡Que pena!, sobre todo porque si los camioneros no transportáramos cada día todo lo que le rodea y consume, su vida sí que sería muy, muy lamentable y desgraciada.

Permítame que no me despida, porque para mi desgracia y la de mis compañeros si alguien, con poder en el caso no lo remedia, tendremos que seguirla sufriendo. Por el contrario, para todos mis compañeros de profesión mis mejores deseos y como siempre ¡¡¡¡BUENA RUTA!!!!.

Foto: Archivo